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A LA
BASURA TODO
Un amigo mío acaba de venir asustadísimo
del Perú diciendo que las mujeres se han rebelado
en ese país contra sus maridos y lo que es
peor, han tomado posiciones de combate que antes ni
se las hubieran imaginado. Me contaba que un destacado
escritor de Trujillo salió de su casa peleando
con su media naranja y al regresar encontró
que ella le había botado todos sus papeles,
libros y apuntes a la basura, dejándolo prácticamente
desnudo después de muchísimos años
de paciente trabajo. Casi le da un infarto pero al
final se avinieron por la intervención de algunos
parientes y ahora el pobre está dedicado a
las estampillas.
Otro conocido que vive en Quito también se
disgustó con su señora y ella le rompió
sus huacos (tiestos arqueológicos) que él
había venido coleccionando con mucha paciencia
y hasta con privaciones. El asunto pasó a mayores
y terminaron, como es de suponer, divorciados. Y no
es para menos, cualquiera escapa de una tan fiera
mujer.
Y ahora que estamos en cuentos de libros y peleas
conyugales les referiré el caso sucedido en
Guayaquil hace más de 20 años, entre
un escritor que todos conocemos y su señora
cubana. Resultó que se separaron y él
se fue a vivir a una pensión dejando sus pertenencias
en la villa y como ella era extranjera, puso un aviso
en el periódico anunciando la venta de los
libros para hacer dinero y volverse a su país;
mi amigo lo vio y puso otro, indicando que los libros
eran de su propiedad, para que nadie los fuera a comprar
porque se compraría un pleito y al día
siguiente se encontró con que su doña
le había sacado un remitido que más
o menos decía así: A Fulanito de tal.
Le aviso que no intereso sus libros viejos y apestosos
y ruégele que venga con una carretilla a recogerlos,
caso contrario, los quemaré, f) Nombre completo
de soltera.
Otro conocido tiró a la basura un enorme archivo
de gran importancia para el país, sólo
porque había descubierto que estaba apalillándose
y pensó que si seguía manteniéndolo
en su poder iba a perder alguno que otro mueble fino
de su casa. El pobre no sabía que los papeles
mientras más viejos son más valiosos,
ocurriéndoles lo mismo que a los quesos y a
los vinos, que cobran importancia con el tiempo.
En Guayaquil, por otra parte, es una fea y vieja costumbre
el quemar las cosas del difunto y así se han
perdido objetos valiosísimos. El albacea de
doña Baltazara Calderón de Rocafuerte,
que murió en su casa del Malecón con
un cáncer muy largo y doloroso al seno, ordenó
que un baúl de documentos del gran hombre fuera
arrojado al río, cerrado y todo, porque pensaba
que podía contagiarse si conservaba tan importantes
reliquias.
Una de las colecciones iconográficas más
raras de Guayaquil se la regalaron a una señora
que vivía en el exterior, propiamente en Caracas,
porque los hijos del difunto no tenía sitio
donde ponerla en sus casas y eso que eran más
de siete. ¿Dónde estarán tan
hermosos y decorativos óleos?
Otra señora entregó dos cuadros antiguos
de factura europea a una parienta que vive en Latacunga,
simplemente porque se los pidió. Dichos óleos
son inapreciable tesoro iconográfico y dudo
mucho que los volvamos a ver en Guayaquil porque la
pariente ya es anciana y dentro de pocos años
pasará los cuadros a su nieta, que tampoco
vive entre nosotros.
Y así podríamos seguir contando anécdotas
de objetos valiosos a los que no se les dá
la importancia que tienen, simplemente porque no,
como si los pobres papeles, libros o cuadros tuvieran
la culpa de existir en nuestra época, tan iconoclasta
como absurda, donde todo está cambiado y más
vale meter un gol que escribir un libro.
Y cabe recordar la angustia de algunos escritores
cuando cercanos a su muerte se dan cuenta que se llevarán
un cúmulo de conocimientos que debieron transmitirlos
a tiempo. Un amigo de Cristóbal de Gangotena
me refería que lo fue a visitar a su lecho
de moribundo y lo encontró intranquilo. Me
llevo, querido amigo, cosas que nadie más que
yo las conoce y que debí escribirlas para que
perduren en bien de la Patria!!.
Otros murieron con la pena de no ver publicadas sus
obras, de imaginar que podrían perderse para
siempre, tiradas por allí, en cualquier recodo
del camino, como se tiran las cosas que no tienen
valor. Por ello es bueno sacrificarse a tiempo, dejar
de viajar o de ahorrar para el mañana, prefiriendo
invertir en las propias ediciones, que aunque no serán
negocios redondos, darán otra clase de alegrías,
las del espíritu, las más duraderas
y valiosas.
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